Antes solía escribir más a menudo, siempre bajo la influencia de series que seguía. Mi favorita: Castle; tengo tres fanfics basados en ella. Y en realidad empecé a escribir gracias a esa serie. Siempre ha sido pura afición. Disfruto cuando escribo. Pero después de varios años pasando mucho tiempo tecleando, empecé a dejarlo y a dedicarme más a la lectura. Otra de mis pasiones y aficiones.
El último libro que leí, sin contar las novelas graficas que leí posteriormente, fue "Drums of Autumn" (Tambores de otoño) de Diana Gabaldon. No voy a hablar del libro, pero cuando lo empecé supe que seria un libro que me llevaria un mes y así fue. Desde que lo terminé no he vuelto a cojer un libro, supongo que necesitaba un respiro. No obstante, a raíz de estas semanas de descansó volvi a sentir la necesidad de escribir algo y así lo hice. Reconozco que echaba de menos esta sensación de "crear".
______________________________________________________________________________
terminado el 7/6/2017
Le gustaba pisar
ese bar cuando frecuentaba en Los Ángeles. Le traía recuerdos de su
etapa adolescente. Como olvidar esos viajes de verano con su grupo de
amigos... Y sin embargo, no había vuelto a saber de ellos.
- Hola. Un San Francisco, por favor - pidió, sentándose en la barra.
- ¡Que sean dos! - escuchó a su lado – Yo invito – le sonrió un chico con pintas de surfero.
- Gracias, pero no recuerdo haber pedido compañía.
Cath cogió su
bebida, dejando el dinero encima de la barra y se alejó en busca de
un poco de tranquilidad en la terraza.
Todo estaba igual.
Olía a madera y a mar, junto al aroma dulzón de su cóctel. La mesa
de billar seguía exactamente donde la recordaba, igual que las tablas
de surf que tenian por decoración. Sonrió para si misma y centró
la atención a su smartphone.
- No has cambiado nada.
- No quisiera ser desagradable, pero me gustaría estar a solas los próximos cuarenta minutos. Gracias... - procuró no sonar menospreciable, a pesar de mantener la mirada en la pantalla de su smartphone.
Al contrario de
sus palabras, el chico se sentó frente a ella. Observándola.
- ¿Problemas de comprensión? Dije que quería estar..., sola - alzó la mirada quedando en shock. Y no, no era el tipo de la barra.
- Hola, Cath. - le sonrió.
- ¿Nos conocemos? - dudó, mientras su mente viajaba siete años atrás.
- Bastante, diría yo. ¿Tanto he cambiado? - dejó pasar unos segundos - Ya veo que si... En tal caso, supongo que será mejor que me vaya. ¿Quieres que me vaya, Cathy?
- ¡No me llames...! - saltó.
- A estas alturas y te sigue molestado... - sonrió satisfecho.
- ¡Callaté, Stevie! - contraatacó.
- Nadie me había llamado así desde que tenía veinti... tres, no, veintiséis años. - recordó.
- ¿Qué haces aquí? ¿Cómo...? ¿Dónde...?
- Esto es nuevo. Catherine Kruger se queda sin palabras. ¡Debería twittear esto!
- ¡No! ¡No lo harás! - protestó abalanzándose sobre él para quitarle el terminal de las manos - Odio las redes sociales.
- Eso explica que no te haya encontrado en todo este tiempo.
- ¿Bromeas? ¿Por qué harías eso teniendo mi número de teléfono? - dijo buscando en sus contactos.
- Lo borré... Tuve que hacerlo – se encogió de hombros.
- ¿Como me has encontrado? - se lo devolvió - ¿Qué haces aquí?
- Cualquier diría que no te alegras de verme...
- No te atrevas a hablar por mi. No tienes ni idea... - Cath vació la copa de un trago y se levantó decidida a irse. Había dejado de estar a gusto. - No sabes nada de mi, Steve. Ya no.
Decidido a no
volver a perderle la pista, se fue detrás de ella.
- ¡Cath, espera!
- ¿Esperar qué? ¿A que vuelvas a desaparecer? - le reprochó sin mirar atrás - Steve, he estado siete años sin saber de ti. Siete jodidos años, sino más. Y ahora de repente te presentas aquí... - frenó en medio del paseo de Santa Mónica.
- Necesitaba verte... Conocerte.
- Esto no puede estar pasando... - susurró reanudando la marcha.
- Admito que la culpa de este largo silencio ha sido mía - siguió hablando mientras iba detrás de ella - Fui yo quien cortó la comunicación y a pesar de ello, créeme que no ha habido día que no me acordara de ti. Siempre, en un momento u otro te he tenido aquí, en mi cabeza. Preguntándome que habría pasado si hubiera ido ese día. Si a pesar de tu negación, me hubiera presentado en Chicago.
- No sé qué habré hecho, pero últimamente os habéis puesto todos de acuerdo para dejarme emocionalmente hundida. Y no es justo...
Con los ojos
vidriosos, se alejó buscando un rincón en el que poder estar a
solas.
Se habían
conocido a través de un proyecto de intercambio de cartas con
alumnos de otras partes de Estados Unidos. La elección se hizo por
sorteo y no fue su nombre el que leyó en aquel momento, sino el de
su hermana, Anna McLeod. Por motivos que a día de hoy sigue
desconociendo, fue él quien respondió a su primera carta de
presentación bajo el nombre de su hermana. Dos cartas más tarde, en
la tercera, sólo encontró un breve mensaje y una dirección de
correo electrónico. Y con esa dirección, la verdad. Después de ese
día estuvo semanas tratando de entender el comportamiento de aquel
sinvergüenza, muchas, sin embargo, con el tiempo ella le escribió.
A partir de ese momento todo cambió. No había día en el que no
hablasen. E-mails, mensajes de texto, videollamadas... Incluso tuvo
la oportunidad de conocerle, pero su ingenuidad o lo que sea que
fuera, le hizo dejar escapar una oportunidad de oro.
Con los años no
ha habido un minuto del día que no se arrepintiera de ello. “¡Jodida
estúpida!” se ha repetido
muchas veces cuando ese recuerdo aparece en sus pensamientos.
No obstante, una parte de ella sabe que es feliz por haberle conocido
y guardar esos recuerdos que, a día de hoy,
aún la hacen sonreír.
- Disculpe, no quisiera molestar ni intimidarla, pero la he estado observando desde ese banco y me preguntaba si esto podría hacer que su día fuera a mejor.
Avergonzada,
notando que seguía llorando, iba a incorporarse ayudándose por el
tronco de la palmera a la que estaba apoyada, cuando dos tarrinas de
helado de stracciatella aparecieron delante de ella. Cath levantó
la cabeza para encontrarse con el sinvergüenza que en su día le
robó el corazón.
- Lo siento. No es mucho, pero no se me da bien improvisar.
- No esta mal... – se encogió de hombros, aceptando el helado.
Uno al lado del
otro, robándose el helado mutuamente. Así pasaron los siguientes
veinte minutos.
La situación era
algo con lo que había soñado despierta alguna que otra vez,
sabiendo que nunca se iba hacer realidad, sin embargo... hoy sólo
tenía que estirar la mano para tocarle. Y eso fue justo lo que hizo
él. Steve alargó la mano para agarrar la de Cath. Eso la hizo
sobresaltar, retirando la mano por acto reflejo.
- No sé porque lo hice... perdona.
- No... - se echó a reír – No importa... No esperaba que hicieras justo lo que estaba pesando. Eso es todo – soltó sin más. Al darse cuenta de sus palabras, se ruborizó.
- Hmm... Así que que ibas a...
- NO – rectificó.
Steve le lanzó
una mirada interrogativa.
- Eso se me da fatal... - admitió nerviosa - No es la primera que me imagino que estas a mi lado. Y me refiero a conocerte - se apresuró a clarar -. Tener la oportunidad de conocerte. Y ya se que fui yo quien se negó ese día... Fui una estúpida. Llevo viviendo con eso desde entonces. - murmuró.
- Hasta hoy.
- ¿Me vas a contar ahora por qué viniste? ¿A qué viene tanta insistencia? No me mal interpretes, pero habría podido vivir igual que los últimos siete años si no...
- Algo en mi necesitaba ver que fuiste real.
- ¡Venga ya! Hablo enserio.
- Lo sé... Y no lo sé. ¿Importa eso ahora? Estoy aquí, Cath.
- Y no sé si volveremos a vernos - añadió ella - Así acaba la frase, ¿verdad?
- Quizás...
Cath suspiró
tomándose unos minutos para pensar.
Si aquella tenía
que ser la primera y única vez que lo tuviera cerca, sería aún más
estúpida si desperdiciaba la oportunidad.
- ¡Está bien! - Se levantó colocándose en frente y ofreciéndole la mano. - ¡Vamos!
- ¿A dónde?
- A aprovechar las horas que nos quedan.
<<···>>
A menos de 15
horas para volver a su realidad, Steve le ofrecido tomar una última
copa en el mismo bar en el que había empezado su encuentro.
- Sigo pensando que no es buena idea.
- ¿Vas a volver a salir corriendo? - bromeó él.
Había más gente
que por la mañana, pero nada agobiante. Steve se acercó a la barra
para pedir dos cócteles mientras Cath salía a fuera esperando
encontrar libre el mismo rincón de esa mañana.
- ¡Perdona! ¿Sabes jugar a billar?
Un hombre a
primera vista diez años mayor que ella, la abordó antes de que
pudiera sentarse.
- Hmm... Sí.
- No te pido que aceptes, pero nos harías un favor si jugaras con nosotros. Nos falta un jugador...
- ¿Te dejo dos minutos sola y ya estás hablas con otro? - apareció Steve por detrás con los dos mojitos.
- Oh no... yo no... - el hombre dio un paso atrás para evitar mal entendidos.
- No le haga caso, ni siquiera somos pareja... ¡Acepto!
- ¿Aceptar qué? ¿Vas a dejarme tirado? - preguntó incrédulo.
- ¡Deja de protestar! Puedes mirar y así aprendes a jugar... - se le acercó quitándole un mojito de las manos. Apresurándose a la mesa, donde la esperaban.
- Muy bonito...
<<···>>
Dos mojitos, dos
coca colas y dos partidas de billar después, Steve arrastraba a Cath
hacia la salida, muerta de la risa. Se había divertido con ese grupo
de moteros y las miradas de novio celoso de Steve cada vez que uno le
ponía la mano encima.
- Nunca había visto a nadie que le afectara tanto la mezcla de alcohol y cafeína como a ti.
Eran más de las
doce de la noche cuando salieron del bar. Cath era consciente que en
cualquier momento soltaría las palabras, pero en ese instante
le invadía tal sensación de bienestar que no quería pensar en
ello. Y siguió andando mientras su risa se iba apagando.
- ¿Alguna idea de a donde vamos? - preguntó viendo que estaba andando sin rumbo.
- No.
Sin importarle la
hora, atravesó el paseo y se dirigió a la playa. No dejó de andar
hasta llegar justo debajo del muelle, lejos de donde llegaba el agua.
- No había un sitio mejor, ¿verdad?
- ¿Ahora tienes miedo?
- ¿Qué hacemos aquí?
No hubo respuesta.
Algo acababa de captar la atención de Catherine.
- ¿Hola? ¿Me estás escuchando?
- Sí...
- ¿Estás bien?
- Si. Si, será mejor que volvamos.
- No te sigo, Cath. Creía...
Al darse la
vuelta, Steve también lo vio.
En una de las
columnas de hormigón alguien había hecho un grafiti. Una frase.
Cabizbajo salió
corriendo para atraparla.
- No debería, pero me gustaría verte mañana antes de irme.
- No... - negó - Deberíamos despedirnos aquí.
- Claro...
No lo vio venir.
Steve tiró de
ella, rodeándola con sus brazos como si le fuera la vida en ello.
- Ojalá pudiera quedarme...
- Ahórrate los comentarios, ¿quieres? - le reprochó con una mezcla de risas y lágrimas.
Hubo unos segundos
de silencio que no necesitaron explicación.
- Lo has leído, ¿verdad? La frase del muelle...
- Si.
Por primera vez en
todo el día se permitió mirarle a los ojos, manteniendo una mano
aferrada a la suya.
- Me alegro de haberte conocido, Steve.
- Esperaba encontrar a alguien mayor y con bastón, pero me alegro...
- ¡Eres idiota! - lo empujó a propósito, apartándole de su lado.
- La verdad es que no he podido estar más a gusto. Lo digo de verdad. Eres genial, Cath.
- No será para tanto... - le miró de soslayo con media sonrisa en los labios.
Recorrieron el
paseo sin la obligación de conversaciones innecesarias, solamente
con algún abrazo fugaz por necesidad o capricho.
Nunca había sido
buena con las despedidas. Intentaba evitarlas, restando importancia
al momento de decir adiós. Esta vez era distinto.
Antes de que él
abriera la boca, ahorrándose también a sí misma tener que hablar,
se abalanzó sobre él, descansando los brazos alrededor de su
cuello. Correspondiendo a aquel abrazo, Steve la agarró por la
cintura alzándola hasta que sus pies dejaron de tocar el suelo.
Pudieron ser diez, quince o solamente tres minutos, aquél abrazo
significó lo mismo para los dos. Volvieran o no a verse, había algo
que los dos compartían. Ambos lo sabían. Ambos habían leído la
frase grafitada en la columna del muelle...
“Nunca fuimos
nada, pero siempre hubo algo...”
- FIN -
Take care, oox
Take care, oox
SRC.